Agua de mayo

02.07.2023

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado, como agua de mayo, de un dramaturgo que fallecía hace apenas 342 años y de los "ojos hidrópicos" de todo (Segis)mundo. Fuera del escenario, a la intemperie, entre la carestía y la violencia del deseo, la lluvia —hilván entrecortado que acontece después de las plegarias— cuida su transparencia vertical, el diente de la luz del universo-fauce que todo lo saliva. Dentro del ojo ausente de quien vive, la lágrima del tiempo ensarta un sueño, qué breva boreal insospechada que sigue floreciendo en cada calavera desde su fiel defensa de lo mínimo. "¿Soy príncipe o soy fiera?, ¿es libre el petroglifo del insecto?, ¿y qué de los latidos de la roca?", se pregunta de pronto nuestro (Segis)mundo. Tras los ventanales de su torre, entre la masa madre de un cruce en el camino, el agua baña un pan intermitente, la piel hecha corteza que confluye en el espacio y no en el tiempo con la blancura incorregible de una miga. La tribu se enfila en línea recta en la tormenta y, cuando aquí es suficiente, allí todavía no llega a ser bastante, y en el alvéolo ojival de los refugios solo cabe un anuncio de sigilo. Desde esas alturas del palacio, solo cabe el retorno hacia la piedra, un mendrugo de voz únicamente aplacado por la lluvia, esa fricción que acuña su hermosura si vuela siempre abajo, hacia el enigma, y hiende como incisión del cielo clandestino, grandeza del apego o íntimo megáfono del trepidar prensil de dos hormigas.

Celia Carrasco Gil, «Agua de mayo», Heraldo de Aragón, 31/05/2023.
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 Celia Carrasco Gil
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