Canción helada

31.10.2023

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado de un poeta que falleció un 14 de octubre hace 487 años y de ese peculiar canto suyo que todavía el viento mueve, esparce y desordena ante quien se detiene en la región desierta e inhabitable del lamento a contemplar su estado. Quizás, por eso, estos días en que el invierno acecha a nuestro tiempo, el campo aún se desvista de verdura y, en su desnudez, aguarde la llegada de algún primer copo que opte por infiltrarse en la memoria hasta posarse en la cumbre de una edad que ya se cansa. A la orilla del río, la dulce Filomena tirita su hermosura intercalada en manso ruido, palabra sin función, sigilo desprendido hacia la cima. ¿Fenecerá también así nuestro lenguaje, como voz encanecida en avalancha silente hacia el abismo de su blanco? En la brecha que abren las riveras, la imagen de las ninfas se hiere, detenida, en ese punto donde el cuerpo del dolor se fosiliza tras convertirse en agua. Si el llanto es un espíritu hecho río que brota en escuadrón por la mirada, ¿qué fue de su viveza y de su ardor?, ¿y qué de las labores de la luz?, ¿y qué del pulso quieto y sin corriente?, ¿qué de lo inaccesible de la edad y el reflejo que invierte con su hielo y su espejismo esas formas que el mundo deparaba? En la labor helada de las ninfas, toda lectura de la vida implica un cambio, toda repetición una (in)versión, y todo octubre, alguna incertidumbre que poder renombrar desde la herida de algún río de voz que ya se estanca.

© 2023
 Celia Carrasco Gil
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