Cuerdas del alma

02.09.2023

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado de la cítara de un poeta que falleció un 23 de agosto hace 432 años, un músico del verbo que hizo resonar en su palabra los cantares del cosmos y todavía alcanza con el plectro de sus letras cada cuerda del alma. Así como el poema sabe del acorde, el cuerpo es el lugar de resonancia de una palpitación o una reminiscencia del origen primero de las venas celestes que todavía moran en algún lugar del firmamento. Tal vez, por eso, tras las praderas donde habita el reposo, fray Luis de León pudiera encontrar la vida de un rebaño que balaba en una intensidad proporcional a la escala del coro y a todo arrebato ascensional movido por las odas estrelladas. En su desprendimiento de las cosas, halló el conocimiento verdadero de la respiración del universo y sus sones sagrados. Convivió con Apolo y, tal vez, junto al laurel, se preguntara: ¿en el principio fue el pulso?, ¿será el latido ritmo de otro ser junto al que palpitamos?, ¿y qué de nuestra sangre?, ¿son las arterias notas de algún instrumento que en todo humano canta? La duda se hizo unión con la armonía, en el particular desasimiento de dulzura de un gesto retirado hacia la luz. Y mientras tanto, la música callaba en Salamanca. El corazón de Salinas todo lo tañía sin caer en silencio. Era órgano vital que ya ascendía por el camino de los cielos, y allí, una vez traspasado el aire todo, transformaba su alma en el Amado y al fin se unía con el Gran Maestro.

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 Celia Carrasco Gil
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