Divina criatura

31.01.2024

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado de que "ha bajado la nieve, divina criatura", como escribiera un día Gabriela Mistral. Enero. La nieve cae distinta cada día, como un jirón de ángel que, al alcanzar el suelo, entrega su residuo de luz a la belleza. Cuánta pluma callada hoy desdice su ser en el cuerpo sin fin de los lenguajes. Qué invertida fiebre que pugna por arder entre las manos. Qué polvo sosegado que encanece las sombras del invierno. Qué arena y labertinto que extraña los entornos frecuentados, lo leve del decir, lo sordo del mutismo. Su blanco es un bostezo, una oquedad, el vacío de un mundo que alborea. A veces, también, es la cortina que oculta el enigma arrugado del recuerdo, o la piel de ese tambor en el que percutimos cada gesto al ritmo de esta melancolía pasajera. Así nuestra memoria, que fijamos entre sueños glaciales. Así, tal vez, el soplo que recorta cada huella, como un viento espectral que encuentra en las costillas un bisel por el que entonar sus cantares helados o ánimas que tiritan la hermosura del quiebro. La nieve. Qué historia detenida, como un centro que finge ser ausencia. Qué víscera pausada donde el frío te permite quedar en lo que fuiste: apenas un instante, un ritmo congelado en su vivir, en la respiración previa al nombrar; estar donde estuviste: en un fósil de voz a punto de tañer este esqueleto. La nieve. La duración de un ser bajo la piel. La pluma concecida de algún ángel que decide escribir nuestro universo.

© 2023
 Celia Carrasco Gil
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar