«El fruto»
No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado del
nacimiento de Friedrich Hölderlin y de su "Pallaksch. Pallaksch", el nudo de
misterio de una lengua que se cierne hacia lo abierto y acaricia a la fiera
sagrada del silencio en un decir balbuceante que no alcanza. En esta habla
ritual, en este idiolecto del abismo, si el tiempo titubea, el tocón de la
boca, como un féretro, cobija y reverbera la palabra, fiel fruto de su odre,
piel y carne del pámpano del ser en cara de la rama de la amada. Quizás, por
eso, cada vez que Eurídice desciende al Inframundo, el nombre, como Orfeo, comienza
a entonar el no-ser de cada cosa, el sudario de voz que sobrevive al cuerpo del
lenguaje, como harapo de luz, como un mordisco, como dulce carroña de un verbo
en letanía, que, mientras se desviste, se hace carne. Declina el mes de marzo
de 2023. A lo lejos se escucha: "Pallaksch. Pallaksch". Y de pronto, cede el
signo lingüístico al frutal, cuando la primavera, fondo y forma del sonido, en
su hechizo de voz, comienza a renovar el árbol del (en)canto. Queda en él la palabra,
piel y carne, como una tentación del paraíso, fruto que roza el cielo en su
intemperie, que ya no significa pero se manifiesta en su disolución hacia la
nada. Madura en alimento transparente de algún origen mítico olvidado, en el
rescoldo de lo que pudo ser y no alcanzó a decirse, o en la retrotracción a un
sueño prebabélico y silente, quizás incomprensible más allá del lenguaje de los
pájaros.
Celia Carrasco Gil, «El fruto», Heraldo de Aragón, 31/03/2023, p. 25.