El olmo

31.07.2023

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado del olmo seco de un poeta que nació un 26 de julio hace 148 años. Qué despertar combado en la tormenta el de ese cuerpo vacío y centenario, el de un árbol vigía del vivir al que ya crucifica, nada más renacer en el sendero, tanta clarividencia de los astros. Cuánta sangre en las ramas extendidas de un tronco que, enclavado, insiste en que perdure su fiel gesto de cruz entre días azules, estelas en la mar y soles de la infancia. Allí es donde descansa toda voz sujeta solamente al despertar del alma. Y si no queda nada que decir, una brecha de luz hace el camino al andar por la piel como fiebre amarilla de los tiempos, capaz de sumir a cualquiera en el sueño con su abrazo. Dulce pasión del musgo, en el silencio tal vez sustituto del proverbio o cantar del ruiseñor que no ha encontrado tronco ni garganta donde cobijarse. ¿Y qué de la saeta? ¿No queda espacio para ningún son? ¿No existen ya rescoldos de voz atemperada? Quién fuera araña en dicho firmamento, quién tejiera en entrañas celestes la cuerda de su música y el hilo de sus Parcas, quién salivara seda al declinar el día para que la caída de una hoja no arrastrara todo el cuerpo del títere hasta la soledad de tantas galerías subterráneas. Frente a un mundo escindido en dos mitades por extensión del olmo seco hendido por el rayo, solo queda en su tueca la palabra, solo resta confiar en el árbol de la escucha y la espera, qué rama verdecida de la gracia. 

© 2023
 Celia Carrasco Gil
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