«El rayo»

31.01.2023

No quisiera dejar que terminara este mes sin declarar que sé de un rayo que late desde un 13 de enero, una voz cegadora, un aletazo que liba cada cuerpo hasta el carbunclo y no se aquieta. Su son, herido de un rubor intercostal, va a nacer entre el cardo y la amapola, en una tierra umbría, como hálito de barro, melisma germinal en el barbecho, reliquia de un limón siempre incendiado, piel de edad amarilla, fiera dulce que sueña con el viento. La boca, el cáliz de su voz nos reverbera en besos que aniquilan, cromatismos, cajas de resonancia de la llaga, de qué febril granada de la pena. Lacerada blancura la del cisne, la del junco desnudo y solitario, acompasado siempre al vendaval y, sin embargo, desasido de todas las riberas. Qué lágrimas albinas nos pronuncian, qué lamentos de nata. ¿Será este el sudor de las almendras? ¿Dónde nació la nieve, mandorla jornalera anonadada? Ya es pasto el corazón, hierba mugida, cereal intención ahora amansada y que se quiebra. Ya es un nido de avispa este pulmón, ya es un pecho horadado o una tueca mordida por el hambre del jilguero. ¿Existe todavía la alborada? Todo fulgor termina en elegía, qué planto de secano que se escucha en la concha de cada calavera. Todo huracán concluye en languidez, en incienso hortelano de un camarada hundido en el desierto. Un arrullo despide de su edad. La percusión del yunque responde con el verbo de la tierra. Y su sangre es un metal grabado a fuego, el rojo del latido, madrugada de El rayo que no cesa.

Celia Carrasco Gil, «El rayo», Heraldo de Aragón, 31/01/2023, p. 17.

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 Celia Carrasco Gil
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