La otra noche

29.02.2024

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado de un escritor que falleció un 20 de febrero hace 21 años y que, lejos de las palabras gastadas por el uso, propuso volver la mirada al animal primario del silencio, esa fiera sagrada previa a la razón, sin autor ni origen, que no es sino la voz de la carencia. Dicha raíz poética de la pérdida pronto la encontró Maurice Blanchot en Paul Celan, que escribe desde una suspensión, desde un mutismo blanco y breve, pausado, interrumpido, desde una ausencia capaz de llenarnos la boca con un vacío saturado de vacío, que es residuo cantable del poema a la intemperie y brota del no-lugar del extranjero, del desierto, en el no-país y el no-tiempo del último en hablar, la voz que llena toda insuficiencia. Al igual que advertimos en el espacio literario blanchotiano, Paul Celan, desde su reverencia al afuera, fue verbo encarnado en otro cuerpo, quizás el otro nombre de alguien diferente y, en silencio, miró, como Orfeo, la vasta oscuridad de la otra noche, la tiniebla arcana de lo eterno, y allí escudriñó la mutación terrible de la luz, el hueco germinal de toda música, tal vez el otro tiempo de su voz, trágico despuntar de la escritura, la fantasmal presencia de lo que solo brota si fenece. Nos encontramos ante dos voces que conocieron la vivencia de su muerte, dos registros nacidos de la noche del ser y de su pérdida, dos escritores que trataron, entonces, de alumbrar la figura de tantas experiencias-Eurídice que nunca lograrían ser del todo en el lenguaje y que quizás, por eso, hoy nos alcancen bajo la forma de un aliento de urna incapaz ya de reconocer el fuego de su verdadero hogar en la palabra instrumental y cotidiana.

© 2023
 Celia Carrasco Gil
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