Licor suave

29.11.2023

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado de los versos de un dramaturgo y poeta que nació un 25 de noviembre hace 461 años y que, en la dulcificada muerte del deseo, bebió veneno por licor suave. Regalo envenenado el pensamiento, qué flor de la entereza, que arraiga en el terreno de la voz y en el miembro de luz de la palabra. ¿Y qué de esta fiebre en la faringe? ¿Y qué de tantos huecos de paz que nos percuten? ¿Qué hacer cuando la ausencia de pronto se convierte en la acidez fugitiva de un cuerpo que se evade? "Desmayarse, atreverse, estar furioso", dijo aquel, "dar a la vida y alma un desengaño". Sentir el torbellino del silencio, ese estremecimiento albino en que nos guarecemos del dolor. Extasiarse, ceder, estar suspensos. Otorgar nuestra escucha a otro mundo y a esa difunta trova que insiste en habitarnos. Esperar el encuentro con quienes hoy retornan desde la ocultación. Escoger la aún-no-travesía del recuerdo hasta reconocernos en sus llagas. Vaciarse, ofrecerse, estar atentos. Ensayar la pobreza de los vientos, su intención contenida del decir en votos transparentes de lenguaje. Buscar entre los huesos algún centro, o quizás un residuo amable de existir, o una ficción-de-ser-en-realidad, qué médula interior que nos proclama. Despojarse, perderse, confundirse. Creer que el alma en nuestros cuerpos cabe. Y ahí reconocerse en el fragmento llagado del sonido. Ser herida y fulgor de la intemperie. Esto es vivir —quien lo probó lo sabe—.

© 2023
 Celia Carrasco Gil
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