«Señales: columna de humo»

11.02.2021

El humo de la brújula, traducción del árabe en Olifante por María Luisa Prieto y Ahmad Yamani, es una antología en la que el poeta iraquí-asirio Sargon Boulus rompe todas las fronteras para presentarse como un escritor viajero y «testigo de su tiempo». Consciente, como nos dice en el texto que abre el libro a modo de poética, de que nadie puede cruzar el mismo río dos veces, él navega por los lugares permanentemente ondeantes de ese espacio líquido «donde termina el mundo conocido». Trabaja desde ese nomadismo en el que la identidad fluctúa hasta disolverse en el «otro mundo», en la otredad que nos permite contemplar la vida a través «del ojo clavado del muerto», de los «ojos santificados» de la madre que ha perdido a sus seres queridos o de «la alberca de la mirada» del refugiado, del exiliado, de la viuda y de la niña desaparecida.

Así, el poeta nos presenta la realidad del «inmigrante eterno» por medio de la quietud siniestra que concede el agua estancada, un agua salada que permite lo contrario al sorbo del Leteo, ya que no conduce al olvido sino que muestra el espejo de quien ha llegado desde un lugar «donde casi no había agua», «de las minas de sal»; permite conocer de primera mano «el lenguaje de los signos sinceros, el lenguaje de la necesidad». Por eso el poeta se sitúa en un punto en constante movimiento, se establece allí donde ya ha «llegado al límite», y se mueve entre los extremos, «entre la originalidad y la repetición», actualizando el pasado en el presente y retomando el recuerdo en la escritura. Va navegando, en definitiva, en un exilio perpetuo en el que no se deja «engañar por la ilusión de la estabilidad» que baja «de noche al pozo de la muerte», ni tampoco por las ausencias embotadas en «un frasco lleno de tinta transparente», sino que camina en busca de un líquido que fluya sin detenerse, que renueve la esperanza en continuo desplazamiento, como esa lluvia «que lava las ventanas con el agua de los milagros»; esa misma lluvia que, en palabras del propio Sargon Boulus, «me hace recordar todo lo que había olvidado para olvidar algo de lo que quiero».

Porque al fin y al cabo este libro es el exilio de un poeta que cuando escribe «en árabe, que es asirio (arameo y siríaco) en un setenta por ciento», siente que hace «eco de todas estas voces», de la alteridad que muestra. De ahí que no se ancle a un territorio fijo y que decida escribir en esta lengua que acoge a las demás. De ahí que ondee y fluctúe, que navegue iluminando su camino con esa «brasa en la mano» que es el lenguaje. De ahí que sobreviva «para contarlo» como su admirado Miłosz. O como ese refugiado que, «absorto en contar su historia», ya «no siente el cigarrillo que le quema los dedos». Y es que, en definitiva, Sargon Boulus persigue con su brújula la columna de «humo aferrado a la soledad» que anuncia la nueva patria. El indicio vertical de otro poema que sabe que el fuego del verdadero hogar reside en la palabra.

Celia Carrasco Gil, «Señales: columna de humo», Heraldo de Aragón, Artes & Letras, 692, p. 2. 


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 Celia Carrasco Gil
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