Último canto

31.12.2023

No quisiera dejar que terminara este 2023 sin antes haberme acordado de un poeta que nació y murió en dos meses de diciembre y cuyas elegías vieron la luz hace cien años. En esta noche vieja y, sin embargo, reincidente, límite de un decir encanecido que acompasa los cuerpos a las uvas y convierte cada nombre de ausencia en hollejo de la dulcificada carne que habitamos, propongo invocar los signos de Rilke antes de dar la bienvenida al año nuevo 2024. Qué belleza terrible su lenguaje, ese hiato en la luz, el texto como un vínculo perdido entre el cielo y la tierra, que siempre profundiza en ese movimiento de raíz que ensayaban los ángeles. El ángel, criatura de luces y de sombras, de qué materia ajena a la nuestra, que todavía nos anida con su aliento de abismo entre vuelos de voz emancipada. Por eso el respirar del tiempo transitorio, los destellos que olvidamos. De otra naturaleza, el verbo cada año quiere fundar un mundo al entonarlo e incitar nuestra escucha atenta como forma de visión inmemorial que se entrega al latido de nuestra propia duración y resonancia. Por eso la separación que canta Rilke, el hilo vertical de marioneta, su descenso incurable. ¿Será eso existir, ese caer del árbol como un higo inmaduro que hace trinar la tierra al golpearla? Igual que la pregunta, el nombre es siempre herida del sentir, un cuerpo que se cede a la intemperie y se abre en su alabanza. Por eso el fruto aéreo del decir ante el tiempo que llega. Y por eso, también, estas (p)ala(bra)s.

© 2023
 Celia Carrasco Gil
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