«Versos hasta la orilla»
Como chalecos salvavidas que hubieran logrado alcanzar la luz al salir a flote tras haber avanzado a la deriva y «camino a ningún lugar» a lo largo de los cinco océanos de la pandemia, los versos de Nadar hasta la orilla de Nacho Escuín (Teruel, 1981) se entregan a cierta experiencia de la errancia en su camino entre las aguas, a ese «irse de viaje / o pasear sin rumbo / en busca de lo que somos», o al rito iniciático de quien atraviesa el umbral de un mundo que se derrumba y reconoce «a veces nado en medio de la incertidumbre / y mis brazos dividen las dudas / como el que separa el mar / mientras las olas le golpean». De esta forma, a pesar de que la poesía no fluya aquí como un intento de respuesta sino en muchas ocasiones precisamente de lo contrario, esto es, de acrecentamiento de la duda que sacude a la mente con planteamientos no resueltos acerca del lugar del que venimos y del confinamiento, nuestro autor entiende el verso como una manera de renombrar los continuos interrogantes de los que todos nos sabemos construidos, como cuando más adelante propone «buscar, / caminar siempre / en la dirección de la duda», persistir anclándose a ese terreno inexplorado y a ese espacio inédito para poder profundizar en la pregunta y abrir una posibilidad distinta, o «buscar, / conocerse a sí mismo / desde el desconocimiento / y el abismo». Y así es como el poeta retoma en cierto sentido la máxima del templo de Apolo en Delfos, y advertimos además de qué manera realmente este ahondamiento lírico que Escuín protagoniza en aguas profundas parte del vaciado de la propia identidad, de esa disolución de la existencia del yo, de esa difuminación en la otredad que se aprecia de manera tan significativa en la forma impersonal con la que lo propone, hasta que todo ello deriva en la verdadera vida, «la otra», que «es siempre / la otra» y es «donde reside / la opción de ser libre».
Esta libertad, por su parte, retomando el desconocimiento, no emerge sino de la experiencia abisal a la que se entrega quien, como nuestro poeta, ha decidido asumir con total valentía el riesgo de sumergirse por completo en el mar de la duda hasta apreciar de qué manera la profundidad troca a la superficie en trascendencia, en apertura hacia lo que no tiene fondo, en ruptura de los límites y del «estado de sitio» de «la vida sin vida», en visión de la esencia frente a la apariencia engañosa de la rosa «que se parece a una rosa / pero no lo es». Así, desde el momento de un confinamiento inicial que supone la inversión total del cronotopo conocido, al igual que la imagen de «un jarrón / vuelto del revés / sobre la encimera», Nacho Escuín da la vuelta a la aparente oscuridad de la rutina pandémica desde el fondo y asegura «así pasará la cuarentena, / así volverá la luz / y la noche iluminada / por la luna más llena». Y precisamente «al fin / un rayo de luz / rompe el alba» desde el faro del verso y el oleaje que llega a la orilla en forma de poema.
Celia Carrasco Gil, «Versos hasta la orilla», Heraldo de Aragón, Artes & Letras, 707, p. 2.